lunes, 9 de febrero de 2015

La crianza de niños y niñas de uno y dos años


A los niños de uno y dos años se les dificulta compartir. Cuando van al jardín y quieren algo lo cogen y, si el otro se resiste, le tiran del pelo o le muerden. ¿Se puede variar su conducta?

¿Por qué se comportan así a esta edad?

Por sobreprotección

Una de las consecuencias del exceso de protección es la baja tolerancia a la frustración.

Un niño a quien en casa le dan todo lo que quiere piensa que siempre va a ser así. ¿Por qué tendría que ser diferente en el jardín?

Por exceso de emoción, alegría o cariño

Muchas veces lo que acaba pareciendo una agresión no deja de ser un acto de cariño..., aunque un poco exagerado, eso sí.

A los pequeños les encanta tocarse, darse, se ponen nerviosos y simplemente se «pasan» con los cariñitos. A esta edad aún no tienen control emocional; no son capaces de canalizar las emociones intensas, se ponen nerviosos y, ¡mordisco al canto!

Por ausencia de lenguaje oral

Los niños de estas edades aún no saben hablar y no pueden utilizar la palabra para resolver sus conflictos.

Al no dominar la comunicación verbal, sus formas de mostrar rechazo, frustración, deseo o necesidad son un tanto aparatosas. Su agresividad es una manera de decir qué quieren o qué no quieren, su modo de hacerse entender y de resolver los problemas.

Por problemas con la dentición

Que acaben de salirles los dientes es motivo más que suficiente para morder, con desesperación, todo lo que tienen cerca.

Lo malo es si lo que pillan es el bracito de un compañero. También influye en este comportamiento que se les quite el chupete; les produce mucho desasosiego: el chupete es como un bálsamo para el ánimo de nuestros pequeños.

Por costumbre

¿Es gracioso cuando un bebé de seis o siete meses nos tira del pelo o nos muerde? Mamás, tíos y abuelos les reímos la gracia...

"Pero... ¿has visto qué fuerza tiene? ¡Si hasta me ha hecho daño!" 

Por pensamiento egocéntrico

A esta edad los niños están en un momento evolutivo conocido como el del pensamiento egocéntrico. Y ¿qué quiere decir esto? Pues, entre otras muchas cosas, que son incapaces de ponerse en la piel de los otros. Si yo quiero ese osito, lo quiero ahora y no me preocupa que lo tengas tú; no puedo comprender que tú también lo quieras. Lo quiero y te lo quito y, si te resistes, te muerdo. Además, después tampoco pueden entender por qué llora el mordido.

Los niños de uno a dos años no son capaces de compartir. No es que sean egoístas, es que aún no saben hacerlo.

¿Cómo corregir su comportamiento?

Se entiende que estas conductas agresivas están dentro de lo normal a esta edad, pero es necesario encauzarlas hacia otras formas de relación más adecuadas.

La clave está en corregir estos comportamientos con constancia pero sin dureza, evitando en todo momento ofrecerles modelos agresivos: la solución no es enseñarle a que muerda al que ha sido mordido.

Ante un incidente de este tipo (mordisco, golpe, arañazo) lo primero es atender al niño que ha sido agredido, calmarle y ofrecerle seguridad.

Hay que hacerle entender al que ha provocado el altercado que lo que ha hecho no está bien, que actuando así hace daño a su compañero y que no debe repetirlo.

Hay que evitar etiquetar a los pequeños como bruscos o agresivos, Los niños no son malos, lo que está mal es su acción y así hay que hacérselo ver. Ponerles etiquetas solo va a llevar a que se identifiquen con el papel y a reforzar ese comportamiento.

Si el comportamiento agresivo es muy recurrente, convendrá apartarle de la situación y retirarle un ratito, muy breve, al rincón de la tranquilidad para que se relaje y, cuando vuelva al grupo, pueda seguir la actividad con total normalidad.

Cuanto más claras estén las normas y los límites, antes los interiorizarán y podrán ir desarrollando progresivamente habilidades sociales alternativas a la agresión para resolver sus conflictos.

Establecer normas y límites no es una tarea fácil ya que requiere paciencia y constancia. Es usual, por ejemplo, que los adultos sean en algunos momentos permisivos y en otros autoritarios con los niños/as. El problema es que ambos estilos de crianza hacen que niños y niñas no se sientan queridos o protegidos por los adultos, pues, por una parte, al ser permisivos se les transmite “da lo mismo como te portes, no me interesa lo que hagas o dejes de hacer”; y, por otra, al ser autoritario se les comunica “no quiero que crezcas, no quiero que te equivoques ni que aprendas de tus errores.

Por esta razón, es importante que al momento de establecer normas y límites, los adultos encuentren un equilibrio que permita que niños y niñas se sientan dentro de un marco que les dé seguridad, pero que a la vez les entregue alternativas de acción y que promueva su autonomía.

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